Mauricio Macri viene disfrutando de la mejor quincena financiera desde que en mayo del año pasado se desató la crisis. Una abrupta caída del riesgo país que se ubica ahora por debajo de los 700 puntos. Llegó a estar en diciembre bien por encima de los 800. La cotización del dólar que circula por la banda inferior de los valores monetarios establecidos en el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Tanto que el titular del Banco Central, Guido Sandleris, salió a comprar moneda estadounidense por cuarto día consecutivo para evitar un descenso mayor. Señales, sin dudas, de cierto sosiego en los mercados respecto a las expectativas con el Gobierno. Nadie puede garantizar que se trate de un sosiego duradero.

El problema del Presidente no parece estar, en esta instancia, con los mercados. Lo tiene en cambio con la sociedad, que durante este año dará su veredicto en torno a la posibilidad de reelección. El conflicto quedó boyando en superficie con los anuncios del Indec sobre la inflación de diciembre y la de todo el 2018. En el último mes registró una suba de 2,6%. Que representa el tercer descenso consecutivodesde el clímax del 6,5% de septiembre. En el último año terminó redondeando un 47,6%. La más alta en 27 años. Al margen del impacto que ha tenido en el poder de compra de los salarios, encerraría otra conclusión: el fracaso político del Gobierno para administrar la durísima herencia kirchnerista y encarrilar el sistema económico.

Aquel fracaso político podría fundamentarse en tres razones. Nunca, por equívoca conveniencia política, se atrevió a blanquear la tarea que tenía entre manos a partir de diciembre del 2015. Optó por un gradualismo que se derrumbó no bien los mercados advirtieron la incapacidad de la Argentina para enfrentar su alto endeudamiento. Incurrió en mala praxis recurrente apenas despuntó la crisis. Se reflejó en una estadística sencilla: desfilaron tres titulares del Central en apenas cuatro meses. La primera víctima fue Federico Sturzenegger. La segunda Luis Caputo, durante un tiempo ministro de Finanzas. Que nunca comulgó con su par de Hacienda, Nicolás Dujovne. Tutor del pacto con el FMI. Desde septiembre avanzado quedó a cargo Sandleris.

El macrismo –dentro de Cambiemos no hay uniformidad en las miradas– le concede ahora más valor a la estabilidad financiera que a la inflación desbordada del 2018. Porque supone que existe una relación directa entre esa novedad y la chance de moderar el alza de los precios durante el año electoral. Esgrimen, a propósito, otra argumentación. La rebelión de los mercados antecedió el año pasado el severo proceso recesivo. Empezó en mayo. Los números alarmantes de la caída de la producción se conocieron en el cuatrimestre final. Suponen que la tranquilidad financiera podría significar ahora un indicativo positivo para la recuperación de la economía. Quizás en el segundo trimestre. Se descubre en la conjetura un componente más denso de ilusión política que de rigor científico. Todo estaría aún en veremos.

Por empezar, la inflación descendente de diciembre estuvo por encima de las previsiones. En segundo término, el núcleo duro del índice se mantuvo firme. Hace prever, entonces, un derrame para los meses venideros. En tercer lugar, el Gobierno anticipó para el primer cuatrimestre el reajuste en las tarifas del transporte, del gas y de la luz. Tendrán también impacto inflacionario. Representa ya mismo una bandera de lucha de la oposición. El kirchnerismo, la izquierda y gente común desencantada participan cada jueves estival de marchas callejeras de protesta.

Esa oposición, a la cual habría que añadir el Frente Renovador, que lidera Sergio Massa, se propone el mes que viene debatir un proyecto en el Congreso que ponga freno a los tarifazos. El cuadro podría complicarse en marzo. Por entonces se empezarán a hacer efectivos los ajustes de tarifas. En un mes estacionalmente complicado siempre para la inflación: por el reinicio pleno de todas las actividades, sobre todo las clases en las escuelas.

El Gobierno supone, como consuelo, que la puesta en marcha de las paritarias podría actuar como un amortiguador del malestar social. Si a eso se sumara el primer freno a la caída económica, podría registrarse una leve recuperación del poder adquisitivo. Y una mejora de las expectativas. La única herramienta quizá para enfrentar la lucha electoral.

Tal vez Macri, en estas vísperas, debiera rever en detalle el relatoque ha empezado a esgrimir en sus recorridas por el interior. Hizo en los últimos días una gira por provincias patagónicas que, en general, han sido esquivas a Cambiemos en las urnas. Río Negro, Neuquén, Chubut, Tierra del Fuego y Santa Cruz. En esta última tuvo un encuentro respetuoso (el primero en tres años) con la gobernadora Alicia Kirchner. El Presidente repitió en todos los casos que, pese a las dificultades económicas objetivas, “no hay otro camino”.

Así descripto, podría dejar la impresión de que la sociedad debiera entender que queda por delante sólo ajuste. Y más ajuste. Difícil entusiasmar con tal prédica. Tal vez, la intención de Macri esté apuntando a un concepto más global. La idea de una nación abierta, integrada al mundo, que facilite la inversión, la producción y la competitividad. Otro horizonte que no se circunscriba, únicamente, al equilibrio de las cuentas públicas.

Con todas esas dificultades a cuesta, el Presidente parece decidido a tornar ostensible su liderazgo para ordenar a Cambiemos en el largo año electoral. En cada uno de los encuentros que mantiene exhibe un pergamino: las encuestas indican un suave repunte de su imagen. En plena crisis. Indicador que lo mantiene como candidato y líder indiscutido de su fuerza. De allí que pidió que los comicios provinciales en los distritos que administra la coalición traten de no ser desdoblados. El mensaje fue recogido por Alfredo Cornejo, de Mendoza, y Gerardo Morales, de Jujuy. No habría que descartar, sin embargo, que los jujeños voten antes. Horacio Rodríguez Larreta nunca pensó en esa alternativa para la Ciudad. Queda pendiente la discusión sobre Buenos Aires. No ocurrirá antes de marzo cuando existan más señales sobre la tranquilidad financiera y la actividad económica.

Macri sueña, incluso, con la posibilidad de dar una sorpresa y ganar territorios impensados. Muchos señalaron que su encuentro con Alicia Kirchner debió estar compensado con algún gesto hacia el candidato de Cambiemos en Santa Cruz, el radical Eduardo Costa. El Presidente lo entendió como un inoportuno desafío. Ya llegará la oportunidad.

La candidatura de Costa esta vez, si se aplica la Ley de Lemas que le permitió a la gobernadora ganar en 2015 con menos votos que su rival, podría estar apuntalada por otra agrupación filo-peronista que encabezaría el intendente de Gobernador Las Heras, José Carambia. Fue elegido por Cambiemos pero, fastidiado por políticas macristas, tomó distancia desde comienzos del 2018. Podría competir, sin embargo, desde adentro de la coalición oficial con el propósito de apremiar a Costa.

Por Eduardo Van der Kooy para Clarín

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