Estaba cantado: época electoral, debate por la inseguridad. La inflación, palabra que entre nosotros resume toda la economía, se alterna con la inseguridad en los primeros lugares de las encuestas. Si afloja la inflación, sube la preocupación por la inseguridad. Y si afloja la inseguridad, pensemos que algo falla en las encuestas.

Para más barullo, si sube la inflación el Gobierno empieza a hablar de la seguridad para intentar taparla. En el primer tramo del macrismo, el tema fue a parar a un cajón, cerrado o abierto según el olfato oficialista u opositor sobre el humor general. Pero se sancionaron, mejor decir el Gobierno logró sancionar, algunas leyes importantes, aunque de poco impacto en la gente: fortalecimiento de los tribunales orales, lucha contra los delitos complejos y derechos de las víctimas.

Lo que se puede ver es que subió el consumo pero hay más control del narco, que el kirchnerismo ignoró con el eslogan anibaliano país de tránsito. Y si hay más control de robos y hurtos, las cifras no lo certifican: en la Ciudad son 302 por día. Cayeron, eso sí, los homicidios: de 175 en 2015 a 133. El caso es que el tema salió del cajón. Con un ojo en las elecciones, hoy se mira si la economía manda más en los votos que la inseguridad y la corrupción. La gente lo hizo más que Bolsonaro.

La verdadera cuestión es tratar de sacar la espuma. Primero el Gobierno habló de usar a las fuerzas armadas en la frontera, con el consiguiente alboroto opositor. Mandó 500 soldados al límite con Bolivia y a los pocos días, vuelta a casa. La reglamentación del uso de las armas de fuego armó otro gran barullo. Reproduce normas que ya rigen con una sola y clave modificación: habilita a los policías a disparar contra quien se presume cometió un delito grave y se fuga. Los policías aplauden, pero saben que con el protocolo no alcanza: necesitan una ley que los proteja. Más ruido que nueces.

Las pistolas Taser, y otra vez más ruidos que nueces: son apenas 300. No alcanzan ni para el 1% de las fuerzas federales. Pero le sirvió a Hebe de Bonafini para sus malas y frecuentes frases desafortunadas. Dijo: por qué no las prueban “con los familiares de Macri, Vidal y Bullrich”. También se habla de expulsar inmigrantes delincuentes. Las cifras no dicen nada raro: la cantidad de extranjeros procesados y detenidos es proporcional a la cantidad de extranjeros que viven acá.

El ministro de Defensa, Oscar Aguad, no quiso quedarse afuera y propuso montar un cuerpo de reservistas. Lo más serio es la reforma del Código Penal, lista desde mayo pasado. Tres veces se postergó su presentación, que se hará en marzo. Es un instrumento bien importante que precisa consensos y una discusión alejada de la pelea electoral. ​

También son serias otras dos iniciativas: bajar la edad para que los menores sean juzgados y el banco de datos genéticos de delincuentes peligrosos, la huella digital del siglo XXI. La baja de la edad de los menores debiera estudiarse dentro de un régimen que, a la vez detenerlos y proteger así a la gente, los proteja a ellos mismos, sacándolos del delito. El año pasado 117 menores de 16 fueron detenidos en la Ciudad, la mitad por robos a mano armada. Entran y salen. Y afuera a veces terminan muertos.

El hecho concreto e indiscutible es que la sociedad cada vez más quiere seguridad. El kirchnerismo ponía el giro a la izquierda y doblaba a la derecha: arrancó con el fiscal Quantin como responsable y terminó con el coronel Berni, ninguno de los dos estrella del progresismo. No sea que la escenografía se repita, más por votos que por seguridad.

 

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