Los temas no se improvisaron. Bien PRO, hicieron focus groups entre los militantes para averiguar qué necesitaban y definir el programa de formación de líderes que lanzarán la semana próxima.

No habrá materia timbreos. Unos talleres los entrenarán en el arte del discurso. Ser más mediáticos. Simularán entrevistas periodísticas en las que el entrevistado deberá representar a un dirigente en campaña pero con un pasado independiente. Parecido a decir lo menos kirchnerista y peronista posible.

Otros ejercicios apuntarán a mejorar la capacidad de convencimiento y de negociación: los militantes deberán distribuirse tanto oficinas espaciosas y con ventanas como oficinas chicas y sin luz natural. Esto políticamente es bien tradicional: lo prueba la heroica resistencia de Máximo Kirchner a ceder su despacho en Diputados. Hasta sus compañeros de La Cámpora montaron guardia día y noche para que no se la quitaran.

Y harán un juego orientado a construir confianza entre ellos. Se precisa un cuarto, un balde y vendas para los ojos. En un extremo estará el balde vacío y en el otro los alumnos, con las vendas y un vaso con agua en la mano. Otro, se supone que con el curso superado, ve y tiene que guiar al resto hasta el balde para llenarlo. No responde a ninguna tradición política. Y si responde a alguna sólo la conocen quienes propusieron el ejercicio.

Parte de todo esto lo reveló Alan Guadalupe en La Nación. El PRO ha decidido aplicar manuales que usan las empresas para hacer capacitación política. Nada casual, conociendo a los que dirigen el PRO y que vienen y se mueven en ese universo. Pero cuesta entender dónde entra la capacitación política en la pedagogía del balde y los vasos con agua y en la elección de cuartos.

Hay algo de banalidad y de superficialidad en esta escuela de política líquida. Las dinámicas de entrenamiento en las empresas se basan en la idea de que en el juego demostramos nuestro verdadero ser. Tendemos a ser como realmente somos.

Pero una cosa es formar buenos jefes y buenos empleados y otra cosa es formar buenos políticos, que salen del aprendizaje de la historia, el debate de ideas, el conocimiento del Estado y de la economía y la buena memoria de aciertos propios y de errores ajenos.

Se descuenta que si para algo debieran servir estos seminarios es para acercar a los jóvenes militantes a la política y a la gestión. Es lo que manda la ley de financiamiento de los partidos: el 20% de los fondos que reciben del Estado debe ser usado para capacitar para la función pública y el 30% de esa plata para capacitar a menores de 30 años. Sería útil que además de la ley hubiera quien controlase el cumplimiento de la ley.

Para el caso, el que encontró Luis Barrionuevo al asumir como interventor en el Partido Justicialista. La capacitación había sido tercerizada por Kirchner y continuada por José Luis Gioja. Los fondos de la ley fueron a parar a la Asociación Civil Instituto de Formación Política y Políticas Públicas Gestión Argentina, un nombre interminable para manejar la plata por fuera del partido.

La escuela de formación de dirigentes del PRO depende del senador Esteban Bullrich. Tiene pergaminos: le ganó a Cristina en el feudo peronista bonaerense. Pero es un premio consuelo para el ex ministro de Educación que pretendía dirigir la fundación Pensar, el think tank del macrismo donde se entrenó gran parte del gabinete.

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