La única receta que dice tener el Gobierno es la supuesta infalibilidad de Luis Caputo.

Puede salir bien o puede salir mal. Pero el Gobierno tiene una sola estrategia para enfrentar la crisis cambiaria que ayer volvió a golpear en toda su magnitud. Apuesta todo a la supuesta infalibilidad del presidente del Banco Central, Luis “Toto” Caputo. Desde que empezó la tormenta del dólar, la frase preferida en la Casa Rosada y en todos los despachos del poder macrista es: “Toto es Messi”. Así de simple, como si la magia del trader exitoso en la banca privada que ha sido Caputo pudiera ser suficiente para superar el vendaval. Toto ya se anticipó a los mercados. A Toto se le ocurrió ir al FMI. Toto tiene todo el plan en su cabeza. La enunciación suena dogmática justo en un gobierno que se precia de frío y racional. Y tendría hasta un toque de humor si la Argentina no estuviera sumergida en la situación de riesgo financiero en la que se encuentra.

Lo cierto es que Toto Caputo se mueve en medio de la crisis cambiaria con un aura de estrella del mercado. Ha llevado al Banco Central a un solo colaborador, el financista Pablo Quirno, desconocido en el mundo de la política hasta que su foto con la camiseta argentina apareció en la prensa durante el empate con Islandia en el Mundial de Rusia. En aquel primer partido que preanunció el fracaso futbolístico que se avecinaba, Quirno se mostró vulnerando el compromiso de austeridad que el Presidente les había pedido a sus funcionarios. Por eso, se volvió a los tres días para esconderse en su despacho y bajar el perfil.

Quirno conocía a Toto Caputo de cuando todavía no lo llamaban Messi. Trabajaba en las oficinas del JP Morgan en Nueva York y por allí andaba también Alfonso Prat Gay, quien luego terminó siendo el primer ministro de Economía de Mauricio Macri y llevó a Caputo a la secretaría de Finanzas. El resto, el desplazamiento inesperado de Prat Gay y el gran salto de Toto en el poder, ya es historia conocida. Esa relación se quebró el 23 de diciembre de 2016, la última vez que se vieron. “Toto era un gran trader; ahora es un mito”, es la frase sobre Toto que Alfonso ha pronunciado entre algunos de sus viejos amigos.

Pero no hay Messi que valga cuando sube la fiebre del dólar. En medio de la tormenta financiera que sigue mortificando a la Argentina, Caputo se maneja en el Banco Central como si no fuera a quedarse allí mucho tiempo. Ocupó las oficinas de la presidencia pero casi no mantiene contacto con la estructura de la entidad monetaria, un pecado inconcebible para esa especie de aristocracia que conforman sus funcionarios de carrera. Toto prefiere pasar muchas horas en la mesa de dinero del Central monitoreando en persona la evolución del dólar y los movimientos de las Lebacs, las dos variables que lo obsesionan desde que se disparó la crisis cambiaria que obligó a la Argentina a solicitar un programa de salvataje de 50 mil millones de dólares al Fondo Monetario. Y que ayer volvió a necesitar de un comunicado de refuerzo porque ninguna señal del macrismo consigue calmar a esa abstracción inquietante que constituyen los mercados.

Mientras Nicolás Dujovne se ocupa de la ingeniería del ajuste y de encontrar cada hueco del presupuesto en el que pueda hacer un recorte, Toto sostiene como puede la batalla defensiva contra el dólar. Y ningún propósito parece más quimérico que terminar con los años de cultura dolarizada que dominan la cabeza de los argentinos. Y no se trata sólo de los sectores medios, que compran los billetes verdes para protegerse apenas de la inflación como lo hicieron ayer miles de pequeños ahorristas. Sólo en el mes de agosto, el 80% de quienes compraron dólares lo hicieron a través de operaciones por más de dos millones de dólares. Eso quiere decir que los compradores no fueron ni jubilados ni asalariados tratando de defenderse del costo de vida. Se trata de grandes inversores saliendo de los bonos y yéndose al dólar. ¿El resultado? La suba incontenible del tipo de cambio y también la disparada del riesgo país.

Los dirigentes radicales más veteranos de Cambiemos recuerdan una experiencia que los tocó de cerca. La de Juan Carlos Pugliese, el experimentado legislador que manejaba la Cámara de Diputados y debió asumir el ministerio de economía cuando la Argentina de Alfonsín comenzó a arder. No había hecho la secundaria en el Cardenal Newman ni había integrado directorios de grupos empresarios pero aquella decepción terminó siendo parecida a la que hoy acongoja a buena parte del macrismo.“Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo…”, dijo Pugliese en el lejano febrero de 1989, cuando la enésima pulseada perdida por el dólar lo dejó a las puertas de la renuncia. El país adolescente se repite como tragedia.

Muchos de los hombres y mujeres de negocios que responden con el bolsillo ante cada crisis son amigos de Macri, de Toto Caputo o de Dujovne y están poniéndose anticipadamente a resguardo de una nueva caída. El argumento preferido de esos actores decisivos del mercado en estos días es que el riesgo económico es no poder hacerle frente a los compromisos asumidos y que el riesgo político es que Cristina vuelva a tener chances de regresar al poder. Sin embargo, con sus decisiones profundizan la contradicción de perjudicar al Gobierno y robustecer el sueño kirchnerista. El Presidente, María Eugenia Vidal y también Horacio Rodríguez Larreta están desconcertados con el comportamiento de quienes creían que iban a ser sus aliados en la recuperación económica. “¿Y vos que creías?, sos uno de ellos Mauricio…, ¿por qué te sorprendés?”, lo suele provocar el rabino Sergio Bergman, acaso el ministro más cercano a la espiritualidad que conserva.

Rodríguez Larreta y Vidal, con el auspicio del otro Caputo (Nicolás, el empresario constructor al que Macri llama su “amigo del alma”),impulsaron sin suerte un cambio de gabinete que llevara a Marcos Peña de la Jefatura de Gabinete a la Cancillería y que terminara con las auditorías de Mario Quintana y Gustavo Lopetegui sobre el resto de los ministerios. Fue hace dos meses, tras la corrida cambiaria anterior eincluía un acuerdo político con el peronismo federal que le ofreciera a los mercados la garantía de que el kirchnerismo no volvería al poder. Macri blindó a Peña y optó por darle a Dujovne la tarea de ministro coordinador. No fue suficiente. El parche pareció estallar ayer, en medio de los reproches internos en la Casa Rosada.

Hubo rumores para todos los gustos. Que Peña le había entregado su renuncia al Presidente; que Dujovne era el fusible del dólar sin freno o que el misionero Ramón Puerta dejaba la apetecida embajada en Madrid para incorporarse al Gobierno como parte del acuerdo con el peronismo que jamás se concretó desde que Sergio Massa acompañó a Macri al Foro de Davos en el verano de 2016. Todas las versiones cedieron ante la hipótesis conspirativa que más seduce al Frente Cambiemos. La de una supuesta apuesta empresaria y financiera para debilitarlos. Otra vez la sombra temida y vilipendiada del Círculo Rojo.

La aparición de los cuadernos y la explosión de las coimas durante la era kirchnerista han puesto a Macri ante la encrucijada de replantear su relación con los empresarios. Algunos de ellos aparecen como protagonistas en el circuito de la corrupción de la obra pública. Entre sus ministros y consejeros, el Presidente tiene a quienes le advierten sobre el supuesto freno para la economía que encerraría esta suerte de mani pulite a la argentina. Y hay otros pidiéndole que aproveche para ejecutar la venganza y lidere la ola de transparencia, aunque eso signifique complicaciones y tal vez hasta la cárcel para miembros de su familia.

No es fácil hacer equilibrio en un país que marcha a cerrar el año con el 35% de inflación y con una devaluación que ya supera el 80% con el dólar atravesando la barrera de los 34 pesos. Macri eligió mostrarse junto a Paolo Rocca, el CEO del grupo empresario más poderoso de las últimas décadas e involucrado ahora en la trama oscura de la expropiación de una de sus empresas en Venezuela. Y pronunció ese mensaje de apenas 102 segundos para tratar de calmar a los mercados con el anuncio de un desembolso adelantado del FMI que cubra el rojo del 2019. A la imagen desolada del Presidente ayer en la Quinta de Olivos le siguió una catarata tan impresionante de compra de dólares que hicieron recordar algunas épocas desgraciadas del pasado reciente.

¿Alcanzarán estos gestos para pasar la lejana montaña de diciembre? Atravesar las complicaciones sociales de fin de año es el gran obstáculo que el Gobierno y el peronismo avizoran antes de meterse en el fragor del año electoral. Hoy será multitudinaria la marcha de docentes, apuntalada por gremios opositores, mientras la CGT y la CTA anunciaron ayer mismo un paro para el 24 y el 25 de septiembre. En estas circunstancias, la política no sabe de compasión y mucho menos en la Argentina.

En la mesa tambaleante del Banco Central, Toto Caputo intentará sentirse Messi una vez más. Claro que no la tiene fácil con este dólar indomable. Como se comprobó con la Selección en el Mundial de Rusia, la Argentina es un país que se devora de un bocado a las estrellas más rutilantes hasta depositarlas en el temible cementerio del fracaso.

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